LA SUERTE QUE CORRA EL ACTUAL PROCESO DE CONVERSACIONES SOBRE LA PAZ ENTRE LAS FARC-EP Y EL GOBIERNO COLOMBIANO, INCIDE SOBRE LA SITUACIÓN DE TODOS LOS PAÍSES FRONTERIZOS A LA HERMANA REPÚBLICA. ESPECIALMENTE SOBRE VENEZUELA.HACE BASTANTE TIEMPO QUE SONÓ LA HORA DE ROMPER EL SILENCIO, DE QUIENES AMAMOS AL PUEBLO COLOMBIANO COMO PARTE DE NOSOTROS MISMOS Y AMAMOS A LA PAZ.
Consideraciones en torno a la
confidencialidad
La confidencialidad adoptada para las
conversaciones de paz tiene perspectivas distintas según sea quien se aproxime
a la Mesa de La Habana.
Creemos que para el gobierno de Juan Manuel Santos ha sido
preocupante la existencia de posiciones abiertamente contrarias a la vía de la
solución política. El proceso de acercamiento a las FARC con miras a la
posibilidad de entablar conversaciones de paz debía ser sometido al más
riguroso secreto, para no hacerlo abortar por obra de una infidencia. Era de
presumir que los enemigos de la solución política, empotrados no sólo en altas
posiciones de la política, sino incluso de las instituciones, armaran un
escándalo y decidieran atravesarse a objeto de impedir el desarrollo de la
iniciativa. Las cosas debían hacerse públicas en su momento, cuando ya fueran
un hecho y no una mera expectativa, cuando su propia dinámica les inyectara la
fuerza para proseguir, pese a las oposiciones radicales o sectarias.
Desde luego que otras motivaciones deben inspirar a la parte
oficial para insistir en lo relacionado con la reserva y el secreto de las
discusiones y de los acuerdos. No nos corresponde explayarnos en las razones
que pueda tener el gobierno nacional para obrar así. Lo que sí podemos y
debemos descartar de plano, es esa imputación fácil e irresponsable, que
pretende asignar a Santos y su gobierno la intención de entregar en la Mesa la soberanía nacional,
la democracia colombiana, las fuerzas armadas y todo lo que gustan de agregar,
porque definitivamente eso no es cierto.
Santos y su gobierno representan unas clases e intereses claros,
los del mundo de las finanzas, el capital transnacional, los grandes
empresarios industriales y rurales, para quienes el Estado no es más que un
instrumento que ha de servir incondicionalmente a sus propósitos de enriquecimiento.
Y únicamente en la medida en que lo haga, ese Estado podrá calificarse como
democrático, soberano, de derecho y todo lo demás.
Ni ahora ni nunca ha habido la menor posibilidad de que Santos o
su gobierno piensen y obren de otra manera. Son fieles a su clase y a sus amos.
Es tan particular y sesgada su noción de democracia, soberanía y demás, que
aunque en la práctica las han negado secularmente, permitiendo el saqueo de
nuestras riquezas y admitiendo con mansedumbre las imposiciones de Norteamérica,
dentro de su óptica no cabe una traición a esos principios, pues sería algo así
como romperse el bolsillo del pantalón para que la plata se perdiera a la
primera oportunidad.
Nunca ha habido ni habrá semejante intención en el actual
gobierno, ese tipo de acusaciones sólo sirven para enseñarnos el grado de
fanatismo que acompaña los delirios de la extrema derecha. Es absurdo atribuir
a ese propósito la reserva comentada. Seguramente habrá otro tipo de
consideraciones, sobre las que no nos corresponde elucubrar a nosotros.
En el caso de la insurgencia, cabe decir que la confidencialidad
y el secreto sólo se inspiran en la necesidad de garantizar la vida, la
integridad física y la libertad del equipo destinado a abordar las distintas
etapas del proceso de paz. Acercarse a un gobierno hostil, que en ningún
momento ha manifestado el mínimo propósito de atenuar la ofensiva militar, es
de hecho un riesgo demasiado elevado para cualquier organización
revolucionaria. La muerte del camarada Alfonso Cano es la mejor prueba del
talante traicionero y criminal de la clase en el poder.
Para que sean posibles los contactos y desarrollos del proceso
de paz, es necesario entonces la presencia efectiva de terceros garantes y
acompañantes, que con todas las formalidades del caso, puedan hacer sentir
seguridades a la insurgencia. Ahora bien, cuando hablamos de un país como el
nuestro, en donde existen enemigos a muerte de cualquier salida política, en
donde conviven en una simbiosis todavía pendiente de aclarar, el Estado y el paraEstado,
es apenas lógico que las consideraciones de seguridad adquieran todo su valor,
pues siempre existe el peligro de que por encima de la palabra oficial, manos
criminales externas se encarguen de dañar la Mesa.
Cuando se leen, ven o escuchan titulares de prensa, editoriales
y supuestos informes especiales dedicados a sembrar el odio y a promover la
guerra total, sobre todo en los medios monopolizados por los grandes consorcios
económicos, capaces, por obra de sus manipulaciones, de conducir la opinión en
una y otra dirección, es fácil entender que están animados por el afán de echar
a pique cualquier posibilidad de reconciliación. El propio gobierno lo sabe, y
por eso, aun sabiendo que finalmente siempre estarán del lado de los de su
misma clase, en muchos momentos se ve obligado a obrar con prudencia en cuanto
a la información que pueda suministrar.
Con mucha mayor razón tenemos que hacerlo nosotros. Es mucha la
gente de prensa que insiste en conocer y publicar los datos acerca de nuestros
movimientos. Quiénes, cuándo, a qué horas, por qué medios, incluso insisten en
que se les conceda la entrevista exclusiva. En nuestro modesto parecer, la
divulgación de informaciones que lindan con nuestra seguridad no son
convenientes ni para nosotros, ni para el proceso de paz. Es algo que debe ser
comprendido y respetado.
Por lo demás siempre hemos sostenido que las conversaciones de
paz debieran darse de cara al país, con participación plena de todos los
sectores políticos y sociales, sin secretos. No tenemos problema en que se
conozcan nuestras posiciones en las discusiones, en exponer de modo abierto
nuestros puntos de vista. Hemos estado levantados en armas por más de cincuenta
años en defensa de ese derecho, no vamos a limitarnos ahora. Otra cosa que las
consideraciones del gobierno sean otras, que haya que consensuar ciertas
formas, que no siempre se puedan hacer primar los propios criterios. En la Mesa hay dos partes sentadas,
y ninguna puede imponer nada a la otra. La búsqueda de consensos es una labor
paciente y cuidadosa. Hay que hacerla.
Montañas de
Colombia, 18 de mayo de 2015.
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